Autora: Yasmina Tabares Fragiel,36 años, reside en Puerto del Rosario.
Todo a su alrededor es quietud, el hipnótico tic tac del despertador ordena los segundos mientras ella da vueltas en la cama. La noche se desliza por la habitación y se adueña de cada centímetro, excepto del rincón bajo su almohada donde la acecha el miedo. Trata de evitarlo cerrando los ojos y es entonces cuando escucha unos pasos que se acercan, aprieta la mandíbula para no gritar y nota la calidez de una mano pequeña que acaricia la suya.
– ¿Estás despierta? – la voz infantil y el tono inocente la animan a levantar los párpados. Un niño, de unos nueve o diez años, le sonríe en medio de la penumbra.
– (…)
– No sabes quién soy, ¿verdad? – se adelanta a sus preguntas resuelto.
– (…)
– No pasa nada, me voy a quedar contigo hasta que te duermas, a mí también me daba miedo la oscuridad, pero tengo un truco para vencerlo- Al tiempo que pronuncia estas palabras se acurruca a su costado.
– Tranquila, voy a cuidar de ti. ¿Te gustan los cuentos? –
– Creo que sí, pero no me sé ninguno. –
– No importa. Yo sí y te voy a contar uno muy especial. –
– ¿Especial? ¿Por qué es especial? –
– Porque es real y contiene todas las respuestas que necesitas-
Aquella frase la desconcierta aún más. No recuerda su nombre. No sabe quién es ese niño, cómo ha llegado a su habitación ni porqué le resulta tan familiar. No halla sentido a nada y siente que todo lo que está sucediendo es parte de un sueño o de una realidad ajena, algo que no puede controlar.
– ¿Preparada? Tienes que escucharme con atención. –
Asiente, sumisa dejándose llevar.
Había una vez una reina anciana que atesoraba recuerdos e historias para regalar a quienes se lo pidieran. Ella misma era un recuerdo de todo lo que había vivido y los pliegues de su piel se asemejaban a las lineas de un libro.
Iba y venía entre el pasado y el presente cargada de consejos, desesperanzas y sueños. A veces el camino era tortuoso, pero lo conocía como a sí misma. O al menos, éso pensaba, lo cierto es que la vuelta comenzó a resultarle fatigosa, en ocasiones se desorientaba y otras veces regresaba con los brazos vacíos… hasta que un día no volvió.
Se le hacía tan largo el tiempo en aquel lugar que fue olvidando su rostro, que no reconocía en el reflejo del agua, su voz extraña y ajada y hasta a quienes amaba.
Volvió a sentirse como una niña, vulnerable y frágil a la espera de que alguien la rescatase…
– ¿Y pudieron rescatarla? – pregunta llorando y las lágrimas los envuelven a los dos.
– Todavía no lo sabemos. Pero a veces llega a la linde del camino. Una vez jugó conmigo toda una tarde y en mi último cumpleaños sopló las velas con todos nosotros y me llamó por mi nombre-
– Adrián… – al pronunciarlo todo en ella se estremece –
– Buenas noches, abuela- y el abrazo de su nieto amortigua sus sollozos hasta que ambos se duermen.
